¿Cuántas maneras hay de celebrar la Navidad? Tal vez tantas como personas hay en el mundo. Algunos festejan bebiendo y bailando hasta perder la razón; y otros se reúnen con discreto encanto junto a familiares y amigos. Unos gastan el sueldo de todo un mes en regalos fastuosos y otros prefieren hacer ejercer las virtudes espirituales. Sólo unos cuantos se acuerdan de que esta celebración es, en esencia, una comunión. Una oportunidad que tenemos de recobrar nuestra dimensión humana. Y es -sobre todo- un tiempo de reflexión. Reflexión que también se puede ejercer a través de los libros.

De hecho, grandes escritores  han retratado la Navidad con narraciones que sacuden el alma y nos dejan ese gustito a trascendencia en la boca. Tal como lo expresa, con singular sensibilidad, el poeta norteamericano T. S. Eliot (1888-1965) en “El árbol de Navidad”: 

“Existen diversas actitudes   

en relación con la Navidad,

y de alguna de ellas 

podemos hacer caso omiso:

la social, la torpe, 

la manifiestamente comercial,

la bulliciosa (los bares 

están abiertos toda la noche),

y la infantil, que no es 

la del niño para el cual 

cada vela es una estrella...”

Entonces, nada mejor que la Navidad para leer y recordar esos cuentos escritos con tanta maestría, que encierran una riqueza moral casi inexistente en esta golpeada Argentina. 

Una riqueza como la que nos deja el relato “La pequeña vendedora de fósforos”, del danés Hans Christian Andersen (1805-1875). El cuento, relativamente breve, es tal vez el más hermoso y triste de la Literatura. Cuenta la historia de una niña abandonada en la calle, que al llegar la mañana de Navidad seguía sentada  “entre dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios. ¡Muerta, muerta de frío en la Nochebuena!”. Un relato conmovedor y mágico, que el autor de “El patito feo” entregó a la humanidad para ser leído y recordado especialmente en Navidad.

Fantasmas y reflexiones

Otra obra que nos llena el alma de virtudes hogareñas, es el clásico “Cuento de Navidad”, de Charles Dickens (1812-1870). Escrita en 1843, esta novela corta dividida en cinco capítulos narra la historia de Ebenezer Scrooge, un anciano avaro frío y calculador que, en Navidad, aprende a reír a través de las revelaciones de los fantasmas de su vida pasada, presente y futura. Hace un par de años conocimos una maravillosa versión cinematográfica, realizada por Robert Zemeckis con una increíble y novedosa técnica de animación digital. Pero leer el libro provoca un placer adicional: nos reconcilia con el niño que llevamos dentro. “Me habría gustado, lo confieso, gozar de la ingenua libertad de un niño y, no obstante, ser lo bastante hombre como para apreciar su valor”, dice Scrooge en el capítulo cuarto.

El huerfanito de Chéjov

Sin embargo, si de historias tiernas se trata, ninguna conmueve tanto como “Vanka”, de Anton Chéjov (1860-1904). El cuento relata la historia de un niño de nueve años, pobre y huérfano, que vive como aprendiz en la casa de un zapatero de Moscú. El pequeño lleva un vida de miseria, por lo que le escribe una carta a su abuelo para que venga a por él. Esa carta es precisamente el eje del relato. Basta un párrafo para que nuestra alma se estremezca sin remedio. “Mi querido abuelito Konstantin Makarich: te mando esta carta. Te felicito por la fiesta de Navidad y te deseo todo lo bueno que pueda darte Nuestro Señor. No tengo padre ni mamita. No me queda nadie más que tú. Ayer me gané un castigo. El amo me sacó al patio, tirándome del pelo, y me golpeó…”.

En “Las cartas de Papá Noel”, J.R.R Tolkien (1892-1973) recrea -con su magistral estilo- las aventuras de un Santa Claus agobiado por sus obligaciones y los enredos de sus elfos obreros. Poco conocido en estas latitudes, el libro es -en rigor- una recopilación de las cartas que el genial autor de “El señor de los anillos” y “El hobbit” le escribía a sus hijos haciéndose pasar por Papá Noel.

La edición está agotada, pero el maravilloso texto se consigue en internet. Leerlo no sólo es un regalo apropiado para estas fiestas, sino que nos abre la puerta a ese universo tolkiano tan vasto como mágico.

Hasta Gabriel García Márquez nos dejó un regalo literario al pie del arbolito. Se trata de “Estas navidades siniestras”, un pequeño cuento apenas conocido y publicado en la Revista Cubana de Aviación en 1993. Es un crudo retrato contemporáneo -casi un artículo de opinión- que acaba proclamando una consigna difícil de olvidar: “954 millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran”.

Y aún hay más. En “La Navidad de un niño en Gales”, el poeta y dramaturgo británico Dylan Thomas recrea una entrañable conversación entre un abuelo y su nieto, en la que rememoran las navidades en un pequeño pueblo costero. El cuento se lee casi como una oración antes de dormir: es suave, luminoso y hasta podría decirse que ensancha el espíritu. Totalmente recomendable para contrarrestar estos tiempos superficialidad.

No menos maravillosa es la bella parábola “El gigante egoísta”, de Oscar Wilde (1854-1900). Se trata de un relato tierno y sentimental que cuenta como un gigante prohíbe por egoísmo la entrada a su jardín a los niños, lo que hace que la primavera se retire para siempre de él sumiéndolo en un invierno eterno. Sin embargo, el gigante terminará arrepintiéndose y encontrando la redención en Navidad. La historia es una metáfora sobre como el egoísmo crea barreras a los demás. Su lectura, casi con seguridad, no sólo reverdecerá nuestra humanidad, sino que nos animará a ser solidarios en un mundo cada vez más individualista.

Hoffmann
El cuento clásico que se convirtió en ballet

Muchos de nosotros tal vez conocemos “El cascanueces” a través del ballet de Tchaicovsky, ignorando que el músico ruso se inspiró en un cuento para niños creado por un escritor, músico, pintor, dramaturgo y también jurista alemán llamado Ernst Theodor Amadeus Hoffmann (1776-1822). “El cascanueces y el rey de los ratones” (tal es su título verdadero) fue publicado en 1816, en pleno auge del cuento maravilloso en Alemania. La historia se centra en las aventuras de una niña  que recibe para Navidad un hermoso cascanueces que cobra vida. Tras derrotar al rey de los ratones, el simpático muñeco la lleva a vivir una fantástica aventura en el mundo de los juguetes. Es, tal vez, uno de los cuentos más “apacibles” y famosos de Hoffmann. Leerlo en familia será una experiencia realmente inolvidable.

Capote
Por la forma de celebrar nos conocerán

¿Cabe imaginar mejor descripción de la soledad de un niño que narrar su Navidad sin padres o con padres que son unos extraños para él? Eso es lo que hace el genial autor de “Desayuno en Tiffany”, Truman Capote, con su inolvidable cuento “Un recuerdo de Navidad”. En este relato, Capote nos introduce en el mundo privado que él y una prima lejana de sesenta y tantos años han creado para evadirse de la triste realidad que viven: nadie se interesa por ellos. Sin embargo, ambos se embarcan en tareas tan altruistas como gastarse todos sus ahorros en preparar tartas para gente desconocida. La ternura, la pureza de la amistad entre la anciana y el niño nos devuelven al paraíso de la inocencia. Un paraíso que vale la pena recrear en estos días e imitar en nuestros hogares, junto a nuestros niños.

Mistral
Las fiestas en versos conmovedores

La gran poetiza y pedagoga chilena, galardonada con el Nobel de Literatura, también nos dejó versos conmovedores que tienen como eje a la Navidad. Y su visión es plural y diversificada, como plural y diversificada es en la mente y en las colectividades de los seres humanos. Un ejemplo es su bellísimo “Romance de Nochebuena”, donde se enternece ante el misterio simbólico del nacimiento de Jesús, al que dota de una dimensión intemporal y universal: “Vamos a buscar / dónde nació el Niño: / nació en todo el mundo, ciudades, caminos…”. No podía se de otra manera, en una mujer comprometida con la pobreza y la marginalidad del mundo. Por eso, más adelante, sus versos conmueven aún más: “¡Piececitos de niño, / azulosos de frío / ¡cómo os ven y no os cubren, / Dios mío!